16.2.12

La piedra.

Recuerdo cuando era pequeña e iba recogiendo piedras por la playa. Algunas las cogía porque eran redondas, ninguno de sus lados hacía daño. Otras las cogía porque tenían tantas aristas que era imposible que pasaran desapercibidas. Otras las recogía por su color, por su textura, y otras, mis preferidas, por sus extrañas formas.


Al llegar a casa las lavaba con cuidado, les quitaba bien la arena y la sal para poder ponerlas en un cuenco y que adornaran mi baño. 

Aún hoy conservo algunas. Unas de esas redondas, lisas y suaves... y entre ellas, una, que cada vez que toco, me hace daño, por mucho cuidado que tenga, uno de sus lados corta. Yo, como soy de esas a las que les gusta el riesgo, suelo cogerla con dos dedos y observarla, tiene huecos, hendiduras, lados suaves, otros muy ásperos... si, me la sé de memoria, pero cada vez que me confío y decido  cogerla con toda la mano, me corto, y hace mucho daño...




Cuando termino de limpiar el estropicio suelo guardarla y pensar en no volver a cogerla nunca más.